sábado, 19 de septiembre de 2009

Una tarde...





Otro retrato.. Ahora de la persona que suele robarse mis pensamientos



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Ahí estás, sentado a mi lado. Si lo quisiera, mis dedos podrían acariciar tu cabello castaño, pero no me atrevo a tocarte. Estás ocupado debatiendo y aprendiendo, apenas y eres consciente de que estoy aquí.

Así que puedo verte, perderme en tu imagen sin temor a que descubras mi mirada.
Tu voz llena el ambiente, ahora fuerte y convincente, después inquisidora, y entre las diferentes modulaciones se mezcla tu risa, esa risa corta e irónica que tanto quiero.

Y aunque te escucho y disfruto el sonido, confieso que no sé qué estés diciendo.

La espalda recta, el cuello firme... Todo en ti habla de una fuerza con la que estás tan cómodo que pareciera elástica.

Entonces miro tu rostro... Por momentos, con la ligera barba, la luz de la sabiduría y las cicatrices que te ha hecho la vida, se ve tan adulto.. Pero luego una sonrisa y el brillo travieso de la alegría rompen con la imagen y te vuelven niño de nuevo. Oh amor ¡Cómo adoro ver esos dos lados tuyos!

Tus manos han estado moviéndose todo el tiempo, a veces juguetonas, repitiendo sin que lo notes ejercicios de piano, a veces expresivas, acompañando a tus ideas, y a veces enamoradas, buscando a las mías.
Tus manos... fuertes, jóvenes, suaves y varoniles...

De repente volteas, me miras y algo me preguntas. Contesto en automático, sin pensar mucho la respuesta.

De golpe vuelvo a escuchar y entro de nuevo a la realidad. Satisfecho con mi respuesta, vuelves a la conversación, pero yo, con un apretón cariñoso en la mano te hago voltear y entrar por un momento en el mundo en el que estuve éstos últimos minutos, murmuro un "te quiero", miro al frente y entonces sí, ambos seguimos en la plática.
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...Porque somos libres, y en nuestra libertad hemos decidido estar juntos...

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Me faltaban






Escrito originalmente para un hombre, dedicado ahora a mi Dios, que me da en los humanos las mayores pruebas de amor




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Lo confieso, me faltaban los brazos fuertes que, tiernos, soportaran mi peso cuando mi fuerza no bastara.

Me faltaba la voz que, dulce y sabia, me recordara hacia dónde debía dirigir la mirada.

Me faltaban los oídos que amantes y expertos escucharan mis tristes palabras.

Me faltaba el corazón que redoblara tambores de guerra al tiempo que el mío toca himnos de esperanza.

Me faltaba el espíritu que, junto al mío, librara cada batalla

Y ahora estás tú, ya nada de ésto me falta